HERENCIA
Recientemente me he puesto a pensar en estos tiempos de cuarentena, en los viajes que he hecho con mi hija, Mia, y es que ahora que no podemos viajar físicamente (como deber social), me he dado cuenta de que el valor del recuerdo es algo que normalmente pasamos desapercibido hasta que se convierte en algo que ya no podemos hacer a nuestro antojo.
La primera vez que Mia se monto en un avión yo era madre soltera con un fuerte caso de “aventura que corría por mis venas”, ella tenia apenas 6 meses y será un viaje que jamás olvidare.

Para empezar, no era muy diestra buscando pasajes, gaste sobre $600.00 dólares en un pasaje ida y vuelta a la Florida y segundo, no sabía que cada etapa de un niño viajando, tendrá sus propios retos. ¿El de los seis meses? Viajar con un ser que no entiende que hacer cuando la presión de la cabina le tape sus oídos, o que hacer cuando se sienta incomodo luego de mas de dos horas en tus brazos. Y ni hablar de cargar un bebé, ‘play yard’ y ‘car seat’ por todo el TSA. Puedo decir que en esta etapa definitivamente quien aprendí fui yo. Aprendí a ser tolerante con ese bebe que llora durante el viaje y aprendí a que una mamá con maletas y bebe puede ir mas lento y que eso esta bien. Aprendí desde ese momento que la etapa de viajar con tus hijos es cuando TU decidas y no cuando la gente decida debatir si se debe o no soportar a niños en el avión que lloren. Decidir si es adecuado esta en ti, y no en la gente con poca empatía y tolerancia.

Luego de eso otros viajes se sumaron: Manhattan, Disney, Carolina del Norte, pero nunca de sus 9 –10 años pensé en un viaje internacional. Sencillamente, porque como muchas otras personas, pensaban erradamente que viajar era extremadamente caro, y que al explorar el mundo sin mayores estructuras, pagando grandes cantidades a agencias, no iba a ser posible para una persona con hijos. Pero gracias a la experiencia compartida por tantas personas en las redes sociales y mi “aventurera interna” Mia empezó a pensar en grande.

Mia viaja anualmente desde sus 6 meses, pero no fue hasta hace casi 3 años que tome la decisión exponerla a otra cultura. Si hay algo que aprendí de esa “odisea” fue que siempre vendrán muchas exclamaciones e interrogantes, desde: “Estás loca! hasta “¿y por qué ese destino?”, pero eventualmente llegas y todos quieren escuchar sobre tu experiencia y cuándo será la próxima.

Pero vamos a hablar de Mia.. Hablemos de esa primera vez que tu niño llega a un lugar lejano, nunca visto y de ese impacto cultural, porque si como yo, su viaje es mas histórico-cultural, les advierto que si, hay un impacto, aún cuando previo a viajar, nos dedicamos a leer y a buscar la mayor información sobre el sitio al que iríamos. Y porque “vamos a las playas” no era suficiente, leímos de cultura, creencias y costumbres.

Igualmente, gracias a las redes, pudimos encontrar muchísimas fotos hermosas e información de valor de padres que han viajado con sus hijos y de como hacerlo; pero mas allá de “como empacarles, que llevar para menores, como hacer un itinerario para niños” para mi era importante que ella entendiera a que se enfrentaría y como afrontaría esta nueva experiencia; por esto apunté a Asia como primera experiencia. Porque adicional a lo común de caminar sobre esas playas de revista, quería que viese con sus propios ojos otro modo de vivir. Me propuse que sus viajes queden plasmados en ella con el “valor de la vida” mas allá del privilegio de viajar, y es por esto mismo que intento que sus viajes sean low-budget, con mochila, comida de la calle y que incorpore mezclarnos con locales.

Jamás olvido cuan nerviosa estaba una vez se cerró la puerta de la cabina y nos esperaban 15 horas de vuelo para enfrentarnos a algo totalmente desconocido, pero el impacto de su cara al ver la vida sencilla de Asia me conmovió. Y es que, aunque Mia ha estado en Europa bajo las mismas circunstancias culturales, sin duda ese primer viaje para siempre quedará marcado como el inicio de lo que será eventualmente su propia aventura; y porque, aunque si es cierto que leer nos abre el conocimiento, experimentarlo de primera mano no se compara. El respeto que ella tuvo por los templos, el conocimiento de antemano sobre la ropa adecuada y sobre la cultura, el hacer un amigo donde nos alojamos, aún con la barrera del idioma la hizo entender que al final del día, todos somos iguales y marcaran para siempre la importancia de un turismo responsable para su futuro.

Si me preguntan si hay una Mia antes o después de los viajes, les diría que si. Su empatía y forma de ver la vida es otra. Nunca cuestiona otra creencia o modo de vida, porque a su corta edad ha comprendido que mucho de nuestros valores y forma de ver la vida se deben al lugar donde nacimos y a la gente que nos rodea. Al sol de hoy, nunca la he escuchado alardear de sus viajes con sus amigos, y tampoco hablar de sus planes de viajar. Las pocas veces que alguien le ha preguntado solo dice con una sonrisa “si, me gusto” porque no ha dejado de ser la niña tímida que es, pero los que han tenido la oportunidad de ganar su confianza no dejan de sorprenderse que para ella no es mas importante decir “he estado en Italia, España o Tailandia” sino mas bien contar cuan amable es la gente en los lugares que ha visitado, o como se pudo comunicar de manera no-verbal con su nuevo amigo tailandés.
Si hubiese algo de lo que me pudiera arrepentir, les diría que es no haber viajado con ella internacionalmente desde mucho antes, pero, por otra parte, eso arrepentimiento se anula cuando pienso en la ventaja que tuve de haber podido hablar con ella de antemano sobre la exposición a la que se enfrentaría y que ella lo entendiera. Y aunque ya de por si viajar a corta edad es considerado un privilegio, estoy consciente, que el verdadero privilegio yace en el conocimiento que va adquiriendo, y es esto precisamente la herencia y el legado que me he propuesto dejarle.