Viajar, Creer y Respetar: La fe no tiene que herir

Hace poco me topé con una noticia que me dejó una mezcla de tristeza y reflexión: un titular que hablaba sobre un migrante musulmán en Japón que había causado daños a un santuario sintoísta y amenazado a un local por practicar su fe. No me interesa en este espacio entrar en el debate de culpabilidad ni generalizaciones peligrosas; lo que sí quiero es tomar este acontecimiento como punto de partida para abrir una conversación más amplia, más humana y más compasiva sobre la espiritualidad, el respeto y la convivencia.

Viajar, en esencia, es un acto casi casi espiritual. Es una búsqueda, una peregrinación moderna hacia lo desconocido, pero también hacia el otro. Y cuando digo “el otro”, me refiero a esa persona que piensa diferente, que habla otro idioma, que reza distinto, que baila otras músicas y que tiene otros rituales para conectarse con lo divino.

La religión como puente (y no como arma)

Desde la psicología social, sabemos que nuestras creencias religiosas forman parte de nuestro sentido de identidad. Henri Tajfel, con su Teoría de la Identidad Social, explica que tendemos a identificarnos con grupos con los que compartimos valores, creencias y formas de ver el mundo. Pero también advierte del riesgo de crear una “otredad” tan marcada que la diferencia se vea como amenaza.

Cuando una persona siente que su fe le da el derecho de imponerse sobre otra, estamos ante un fenómeno que podríamos relacionar con lo que Erich Fromm llamó el "autoritarismo religioso", esa necesidad de someter o controlar en nombre de un dios. Pero el amor auténtico —la base de muchas religiones— no nace del control, sino del entendimiento.

Y no lo digo como idealismo naïve. Lo digo como persona que tiene grados académicos en salud mental y que ha trabajado con el trauma del rechazo, con las heridas de la intolerancia, y también como viajero que ha vivido la belleza de compartir una oración en silencio frente a una montaña sagrada sin importar a qué dios se le rece.

El respeto no niega la fe; la fortalece

Cuando una persona ataca un símbolo sagrado de otra cultura, no está “defendiendo a su dios”, está traicionando los valores de empatía, amor y convivencia que están en el núcleo de cualquier experiencia espiritual sana. Carl Jung hablaba del arquetipo del “sombra”, ese lado oscuro del ser humano que proyectamos sobre los demás cuando no lo reconocemos dentro de nosotros. Quizás lo que nos molesta del otro es, en parte, lo que no hemos logrado integrar de nosotros mismos.

Practicar una religión —cualquiera— debería ser un acto profundamente íntimo, pero también social, y por ende, ético. No estamos solos en este mundo. El hecho de que creamos firmemente en algo no nos da permiso para invalidar o destruir lo que otros creen. Todo lo contrario: nos da la oportunidad de practicar la tolerancia activa, esa que no solo “tolera”, sino que abraza la diferencia.

Cuando viajas, llevas contigo tu fe… y tu responsabilidad

Desde Camino al Norte hemos sido testigos de la magia que ocurre cuando personas de diferentes trasfondos se encuentran con el corazón abierto. En Turquía, en las montañas del Perú, en los templos de Asia, hemos compartido espacios de espiritualidad, siempre desde el respeto profundo. Porque la religión no debería ser una barrera. De hecho, bien vivida, puede ser un canal para conectar con los demás de una forma más profunda.

Viajar conscientemente también significa observar tus propias creencias y cómo se manifiestan cuando estás en un lugar nuevo. Significa dejar el juicio en casa y llevar contigo la curiosidad, la humildad y el deseo de aprender.

¿Qué podemos hacer?

  1. Educar: Leer sobre otras religiones, sobre la historia de los pueblos que visitamos, sobre sus prácticas espirituales. No para estar de acuerdo, sino para comprender.

  2. Practicar la empatía activa: Antes de reaccionar, hacer el ejercicio de ponerse en los zapatos del otro. ¿Cómo me sentiría si alguien destruyera un lugar sagrado para mí?

  3. Revisar nuestra sombra: Preguntarnos qué parte de nuestra inseguridad o miedo está hablando cuando rechazamos la fe del otro.

  4. Viajar con intención: No se trata solo de ver lugares, sino de vivir experiencias que expandan nuestro corazón y nuestro entendimiento del mundo.

La espiritualidad no necesita defensa violenta. Necesita expresión auténtica, respeto mutuo y compasión. Como comunidad viajera, tenemos una gran responsabilidad: ser embajadores del entendimiento, del amor y del cuidado por todo lo que es sagrado… incluso cuando ese “sagrado” no se parece al nuestro.

Te invito a reflexionar, a educarte y a seguir viajando con el corazón abierto. Y si quieres explorar el mundo de forma consciente, respetuosa y transformadora, siempre te invito a que te mantengas atento a nuestras redes sociales o pagina web www.caminoalnortepr.com para que descubras nuestras próximas experiencias, puedas unirte y así practiquemos todo lo mencionado anteriormente juntos, porque siempre hay espacio para mejorar…

Que la fe —la tuya, la mía, la de todos— siempre sea un puente y no una barrera. ✨

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